En Cristo, hemos sido adoptados en la familia de Dios como sus hijos y sus hijas. Como hijos de Dios, tenemos acceso a todos los derechos y los privilegios que produce el pertenecer a esa relación familiar. Relacionarnos con Dios solamente sobre la base de reglas y reglamentos sería necio. Sería como si un hijo quisiera renunciar a su posición y a su herencia a fin de llegar a ser un esclavo.