Durante unas vacaciones, hace un tiempo, un hombre y su esposa visitaron una iglesia, y participaron en el servicio de Comunión. Para la ceremonia del lavamiento de los pies, esta iglesia no ofrecía una sala separada donde las parejas pudieran lavarse mutuamente los pies. Así que el esposo y la esposa se vieron obligados a unirse a las secciones de hombres y de mujeres y buscar una persona para lavarse los pies.
¡Qué ceremonia refrescante! El hombre se dio cuenta de que había estado tan acostumbrado a lavar los pies de su esposa en la Comunión que estaba en peligro de perderse la bendición de buscar a otro hermano (o hermana en el caso de la esposa) con quien pudieron haber tenido alguna diferencia que necesitaban resolver, o simplemente por el placer de servir a un amigo o a un extraño en la ordenanza de la humildad.
Es triste, pero muy a menudo, en algunos lugares las iglesias están más vacías los sábados en que se celebra la Cena del Señor que en otros sábados. Algunas iglesias aún han hablado de la opción de dejar afuera el lavamiento de los pies, u otras partes del culto, perdiendo así la oportunidad de una renovación del Pacto.